Si me había propuesto no consumir alcohol y seguir teniendo
vida social, no sé por qué sigo engañándome y pensar que puedo hacer ambas cosas
a la vez.
Si estoy en una reunión social, aunque me haya propuesto abstenerme
hasta el fin de semana, no puedo evitar caer de manera compulsiva en la bebida.
No me siento tampoco especialmente culpable por ello. Tan sólo es que me tengo
que resignar a tener que volver a empezar a contar de cero la abstinencia.
En tiempos en los que mentalmente no estoy en un buen
momento por acontecimientos afectivos, suelo exigir demasiado, de forma a veces
perversa o estricta, a la gente que me considera amiga y que de vuelta yo
también los considero amigos. Francamente no lo hago a propósito, la furia
que tengo dentro por la ira con el mundo me dominan y es algo que es importante
que empiece a controlar: LA TOLERANCIA EN MOMENTOS DE ANGUSTIA.
Es así como me siento en esos momentos:
Considero hipócritas las quejas de las personas ante algo y
más cuando las cuentan como un desahogo porque no se sienten a gusto; para
después quitarle hierro al asunto a la primera de cambio o no ser
condescendientes sobre lo que estaban protestando.
No soy un pañuelo de lágrimas de cocodrilo.
Suficientes problemas tengo yo con mi mierda como para
aguantar las sandeces de los demás. No soy de esa clase de amigas que te apoyan
en las estupideces que cometes. Más bien peco de decirte a la cara (siempre que
es posible), lo idiota de tu comportamiento y el tiempo tan valioso que estás
perdiendo haciendo eso de lo que te quejas.
Si en cambio sólo quieres de mi que te escuche, no exponga
mi punto de vista, me quede callada con cara de falsa complicidad, no te de un
consejo (pues nunca suelo ser condescendiente con los consejos que doy: “consejitos
vendo que pa’ mí no tengo”) o asienta y autoimatice comentarios como: “ya, te
entiendo… ¿y qué piensa hacer ahora?”. Lo haré la que mejor, lo prometo. Pero
empieza advirtiéndome que es eso lo que necesitas. Pues ahora mismo, tengo la
cabeza saturada con mis propias depresiones como para cargar con los dilemas
infundados de nadie más.
Así que pondré el piloto automático y oiré sin escuchar
profundo si no piensas hacer nada más que protestar de manera sumisa y
masoquista de quejas viciosas. Ya nadie te cuenta asuntos divertidos o buenas
noticias banales y que cuenten anécdotas positivas. Hasta que eso no suceda, en
las reuniones sociales seguiré comenzando de cero la abstinencia con el nuevo
día.
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